Las fiestas son un momento difícil. Especialmente para las personas que no nos caracterizamos por ser abiertamente sociales y amables con todo aquel que conocemos desde los 2 meses de vida.
La razón es muy sencilla: los individuos que son propensos a hablar de más (hay demasiados), y entablar diálogos interminables, tienen a esta altura en el año más posibilidades para continuar rompiéndote las pelotas durante toda la conversación.
Cuantas veces nos hemos cruzado con gente que, en otro momento del año, saludaríamos con un simple apretón de manos, pero que en Diciembre (algunos lo hacen a partir de Noviembre) te frenan, te dan un beso, empiezan a balbucear sobre su vida, acerca de dónde pasan el 24 y el 31, y hasta te preguntan a qué lugar de la costa te vas de vacaciones.
Lo peor de todo es que en aún no encontré forma alguna de escapar de las garras de estas personas excesivamente festivas. Personas que tienen como objetivo en la vida demostrarte cuán contentas están a ésta altura del año. Personas cuya felicidad afecta al resto de la humanidad de manera negativa.
Así que les pido a todas aquellas almas que sepan que son una molestia para la sociedad (ustedes saben de quien estoy hablando) que reflexionen. Y también que ésta Noche Buena reconsideren cuando estén a punto de empezar a romperle las pelotas a ese flaco que alguna vez vieron en el cumpleaños del tío Roberto sentado al lado de la “nona”.
Así está el país…
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