No me resulta fácil escribir sobre Nalbandian. Me pasa lo mismo que con Riquelme, Fábregas, Nadal y varios deportistas más a los que admiro por lo que hicieron (y por suerte seguirán haciendo) dentro de una cancha.
Cuando David se operó la cadera en Mayo de 2009, tras un 2008 sin descanso y un mal primer semestre del ‘09 por el dolor constante que sufría, me alejé del tenis.
De repente no tenía la ilusión que Nalbandian me generaba previo a cualquier Grand Slam (especialmente Wimbledon). También desapareció la seguridad de ponerme a ver uno de sus partidos y saber que su revés (el paralelo inigualable o el cruzado con ángulo corto) iba a estar cuando el lo quisiera. Ya no iba a poder ver como aleccionaba a cualquier top 10. Tampoco me iba a despertar a las 6 de la mañana para ver una serie de primera ronda de Copa Davis contra Kamchatka.
Sin el de Unquillo no valía la pena. Porque por más que juegue contra el 250 del ranking y pierda, yo se que de ese partido me voy a llevar algún punto que me va a hacer levantar de donde sea que lo esté viendo y aplaudir al televisor.
Y ahí está la clave de David y del resto de los deportistas a los que admiro. Cualquier partido de cualquier deporte en cualquier parte del mundo debería ser un espectáculo entretenido para todos los que lo miran. Aunque la mayoría no lo es por varios factores que no vale la pena enumerar.
Pero con Nalbandián, Riquelme, Fábregas y Nadal (entre otros como Hamilton en F1, Dan Carter en Rugby o Kobe Bryant en la NBA) tenés espectáculo asegurado. Por más que no estén en su mejor momento, en alguna de las 70 vueltas, o de los sets, o de los 48, 80 o 90 minutos algo interesante va a pasar, y va a ser culpa de ellos.
Por deportistas como ellos soy fanático del deporte. Por deportistas como ellos busco alguna forma de ver los partidos, aunque sea en una pantalla de
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